22 Mar ¿El campo aguanta más?
Somos pueblos nacidos del maíz. En el germinar del grano, en el brote de la nueva milpa, en la aventura del sacrificio y la resurrección de Centéotl, el dios del maíz de nuestros antepasados, que moría para convertirse en alimento, que se sacrificaba para sostener a la humanidad, está una de las claves más valiosas de nuestra identidad. Y es gracias al milagro de la conversión de la simiente en planta y del vegetal en alimento que nuestra comunidad, que el todo que somos todos nosotros, subsiste. Somos los hombres y las mujeres del campo, los que cosecha tras cosecha, años tras año, siglo tras siglo, hemos hecho posible que ese milagro reaparezca. Es nuestro trabajo y el de nuestras familias, es el conocimiento acumulado y transmitido de generación en generación lo que hace factible que los cultivos broten y sus frutos y semillas lleguen a las mesas de todos. Somos sobrevivientes que se niegan a desaparecer. Desde tiempos inmemoriales nos han querido quitar nuestras tierras, aguas y bosques. Con nuestra lucha, con nuestra sangre, las hemos recuperado. Desde épocas remotas han tratado de despojarnos de nuestra cultura, de nuestros saberes, de nuestra raíz y razón. Con nuestra resistencia, con nuestra voluntad de conservar lo propio y ser lo que somos, las hemos recuperado y recreado. En años recientes nos han querido volver improductivos abriendo las fronteras, que a nosotros se nos cierran, para que pasen mercancías que nosotros podemos producir. Con nuestra terquedad, con nuestro orgullo, luchamos por seguir siendo los sembradores de la tierra y por evitar que no se nos convierta en un ejército de solicitantes de migajas oficiales.
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